Mi niño no es un acosador, nunca haría daño a un compañero… ¿o sí?

Fecha de publicación 01/02/2017
Mi niño no es un acosador, nunca haría daño a un compañero… ¿o sí?

Lo último que nos podemos imaginar como madres y padres es que nuestros hijos e hijas puedan ser capaces de acosar a un compañero. Pero la realidad es que los estudios sobre ciberbullying lo dejan claro: cualquier menor puede ser el que tire la primera piedra… o, en términos de ciberacoso, mande el primer mensaje o pulse el primer “Me gusta”.

En nuestra sociedad la mayoría de los adultos ven a niños, niñas y adolescentes, de forma extrema: o bien «son crueles por naturaleza» o «sólo son niños, no pueden hacer daño a nadie». Son estereotipos que tradicionalmente hemos utilizado para encasillar a los menores, y no se corresponden con la realidad.

Lo cierto es que los niños son simplemente niños (y un adolescente no es un niño, dicho sea de paso). No tiene sentido etiquetar con afirmaciones cerradas a un menor, por el mero hecho de serlo. Siendo realistas, niños y niñas no son crueles, pero sí pueden actuar con crueldad en determinados momentos y hacer daño a otra persona. Obviamente, nuestra labor es mostrarles qué actitudes o valores son positivos para la convivencia y cuáles no, pero el proceso de aprendizaje puede conllevar errores. Y esos errores, cuando hablamos de ciberacoso, implican el sufrimiento de otro menor.

 

Enséñale a no ser una víctima… ni un acosador

La sensibilización en temas de ciberacoso habitualmente persigue trabajar ambas problemáticas, porque los papeles de víctima y acosador no cumplen perfiles concretos, y cualquier menor puede actuar de uno u otro lado indistintamente. De hecho, algunas víctimas de ciberacoso acaban por convertirse en acosadores, y viceversa.

No obstante, a nivel familiar es natural tender hacia la protección de nuestros propios hijos e hijas, y generalmente centramos nuestras preocupaciones en que no permitan que les hagan daño, y enfocamos nuestros consejos a que no se dejen intimidar. A la hora de controlar el uso que hacen de Internet, nos olvidamos de que no sólo hemos de fijarnos en las posibles señales de alerta que indiquen que está siendo víctima de un acoso, sino que también hemos de asegurarnos de que no esté ofendiendo a nadie al utilizar sus redes sociales o la mensajería instantánea, ni tampoco que “mire” hacia otro lado o “ría las bromas” cuando sean otros los que acosen a un compañero. Esta actitud de “espectadores” es la que permite que el acoso perdure en el tiempo.

Adolescentes con móviles

Es importante estar atentos a cambios repentinos en nuestros hijos e hijas, como variaciones en las amistades, brotes de agresividad, reacciones exageradas ante un comentario o un uso visiblemente excesivo de Internet. Por encima de todo esto, deberíamos reaccionar ante intereses por contenidos relacionados con ideologías extremistas o violentas, así como si les escuchamos comentarios racistas, sexistas u ofensivos hacia otras personas. Este tipo de actitudes no deben pasarse por alto, pues pueden condicionar sus conductas a la hora de convivir con sus compañeros y compañeras, y en el futuro en su vida en sociedad.

Y como hemos comentado en otras ocasiones, el ejemplo que ofrecemos a los menores es una valiosa herramienta educativa, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Cuidar nuestro propio uso de las nuevas tecnologías, evitando actitudes negativas como utilizar las redes sociales de manera dañina (publicando comentarios o imágenes que puedan ofender a otra persona, por ejemplo) o siendo excesivamente críticos cuando vemos la televisión o a través de Internet (como muchas veces observamos cuando un personaje famoso comete un error gramatical en redes como Twitter o YouTube). Puede que no nos demos cuenta incluso de nuestros propios comentarios, como “ese compañero tuyo es un poco rarito” o “juega con los niños que son como tú, con los otros no te juntes”, que transmiten mensajes poco tolerantes con la diversidad social.

 

Cuando el acosador no es “el otro”

Puede llegar el día en el que nos avisen desde el centro educativo y nos comenten que tienen sospechas (o evidencias) de que nuestro hijo o hija está acosando a través de Internet a un compañero. Es evidente que ningún padre o madre quiere escuchar algo así, y que nuestra primera reacción puede tener bastante similitud con el título de este artículo. Pero como hemos dicho, cualquier menor puede caer en este tipo de conductas.

Podemos solicitar más detalles de lo ocurrido o argumentos para conocer con certeza la situación, pero en ningún caso es conveniente negar rotundamente los hechos, o defender la inocencia de nuestros hijos a pesar de las evidencias. Esta actitud sólo transmitirá al menor la sensación de que no importa la gravedad de sus acciones, que su familia siempre le dará la razón. Sin embargo, no es necesario darle la razón para mostrar cariño, comprensión y protección, que es lo que en estas situaciones necesita.

En momentos así, debemos recordar que nunca es demasiado tarde para modificar una conducta negativa, y que si actuamos de forma adecuada podemos evitar que el problema se complique aún más, dañando a todas las partes del conflicto. No hay que olvidar que los menores acosadores también necesitan ayuda y apoyo para resolver el problema.

Ejemplo de ciberacoso: difusión de rumores

 

Reaccionar y actuar

Si comprobamos que nuestro hijo o hija está acosando a un compañero, necesitamos mantener la calma y una actitud positiva hacia la búsqueda de soluciones. Es importante que el menor sepa que estamos de su lado: vamos a ayudarle en esta situación. La confianza y la comunicación en este momento son la clave para averiguar sus motivaciones y poner en marcha un plan de actuación.

Pedir perdón es un primer paso imprescindible, aunque sea difícil, más si las consecuencias del ciberacoso han sido graves. Pero será el punto de partida del cambio: es un hábito positivo para el acosador, con un efecto beneficioso para la víctima.

Aceptar que nos hemos equivocado implica aceptar también las consecuencias de nuestros actos. Si las familias confían en las orientaciones del centro educativo y en las medidas socioeducativas que decidan aplicar, ayudarán a solucionar el conflicto y transmitirán a todos los menores implicados coherencia y seguridad. Todos los adultos (padres, madres y profesores) debemos actuar de forma coordinada y no buscar culpables, sino soluciones.

Es el momento de modificar conductas y desarrollar habilidades sociales para evitar que el ciberacoso continúe o vuelva a repetirse. Fomentar una autoestima saludable, asertividad y empatía a la hora de convivir en sociedad, así como aprender a gestionar la ira de forma constructiva, aportará una base sólida de valores en nuestro hijo o hija. Debemos valorar la necesidad de ayuda de un profesional, ya sea en el propio centro educativo o en nuestro centro de salud.

Podemos aprovechar para asentar nuevos hábitos en la vida de nuestros hijos, que incluyan conocer a personas y estilos de vida diferentes (como viajes o actividades de ocio en otros entornos), alternativas para su tiempo libre que fomenten las habilidades sociales (como Asociaciones Juveniles o voluntariado) y aprender a utilizar Internet con un fin positivo y saludable. Podemos supervisar y acompañarle en el uso de Internet y sus redes sociales por ejemplo, o acudir juntos a talleres sobre tecnología para promover su sensibilización.

 

En conclusión, madres y padres debemos actuar como mediadores en una situación conflictiva entre menores, sin obstaculizar la resolución ni empeorar los daños. Los niños son niños, y están aprendiendo a vivir en sociedad. Y en cualquier aprendizaje, los errores pueden ser una oportunidad valiosa para mejorar.